Muchas personas dicen no tener buenos recuerdos de su adolescencia y el secundario. Gracias a Dios no es mi caso. Cuando llegó el momento, con varias compañeras de la primaria fuimos al Comercial 33 y allí conocimos al resto de chicas con las que formamos el grupo más bello que se pueda tener y que aún, más de 50 años después, conservamos. Cuando nos podemos reunir por un rato volvemos a tener 15 años. Nos miramos a los ojos y nos decimos: «Estas igualita». Es muy gracioso, somos abuelas, con o sin nietos, pero es vernos y hablamos a los gritos. Nos reímos. Rrecordamos a los profesores, anécdotas que algún día voy a tratar de recopilar y contarlas en otra carta. Pero, por hoy, quiero que sepan que me considero una bendecida por ser parte de esas chicas de mediados de los ’60.
Ya les he contado que, debido a la muerte prematura de mi abuelo Jerónimo, abuela Modesta vivió solita con mi mamá hasta que formó una nueva familia. Después del día de trabajo y mientras cenaban, la abuela relataba historias de España y de la familia. A mi mamá, sobre todo, le gustaba oír de ese papá que no había conocido. Entre esos relatos, lo más importante, eran las charlas que habían tenido en el hospital los tres días previos al fallecimiento del abuelo por una peritonitis tratada erróneamente, lo cual hoy sería mala praxis. Él se sentía cada vez peor y habló mucho sobre la educación que quería para su pequeña Daría. En los ’20 no todos estudiaban o tenían la oportunidad de ir al secundario, sobre todo las mujeres y menos la gente humilde. Lo más probable era que las niñas aprendieran «corte y confección «. Pero mi abuelo debe haber sido un hombre de avanzada, ya que le hizo prometer a su esposa que la niña terminaría la escuela primaria, la secundaria y que sería MAESTRA. Cosa que mi abuela prometió sin pensar. No olviden que mi mamá tenía en ese momento 2 años. Así que en un par de días se encontró viuda y con el peso de una promesa que no sabía si podría cumplir.
Por el lado de mi papá también hubo dificultades. Pudo comenzar el secundario pero cuando estaba en 2°año, por diferentes motivos, sobre todo económicos, tuvo que dejarlo y salir a trabajar. No obstante, con 13 años, fundó a su manera la biblioteca del club del barrio, Villa Luro Norte. Diariamente dedicaba un tiempo al club y a la biblioteca, forrando libros con papel araña verde y rotulándolos con etiquetas como si fuera un bibliotecario de verdad. Mi papá fue obrero toda la vida, pero un lector incansable y oficinista frustrado. Trabajó en el Ferrocarril Sarmiento pero siempre completó el sueldo con «changas». Entre ellas, durante muchos años fue el cobrador del Ateneo de Versalles. El cobrador en bicicleta. En la terraza de casa había un galponcito de chapa que él había organizado como una verdadera oficina para sus papeles. Lugar prolijo, intocable y respetado por la familia.
Evidentemente es muy probable que de mis padres ha ya heredado el amor a los libros, al estudio, el respeto a la escuela; al secundario y el deseo de ser maestra.
Fui para todos la estudiante de la familia. Mi hermano Omar era más inteligente que yo, pero fue haragán para el estudio.Dejó en 3°año y prefirió trabajar, para disgusto de mis padres. Así que en mi encontraron de alguna manera, el cumplimiento de sus sueños. A mi me gustaba estudiar, entonces participaron activamente y con alegría de mi secundario. No me ayudaron a estudiar, no podían y no fue necesario. Pero participaron en todo lo que estuvo a su alcance, en detalles que con el tiempo aprendí a valorar enormemente.
Mi mamá admiraba y respetaba a todos los que habían ido al secundario, especialmente a las mamás de mis compañeras Ana y Carmen o a las mamás de las «Mónicas».
Pienso en cuántas cosas tan valiosas me ayudaron, no con dinero sino con tiempo.
Como no teníamos teléfono y a mi me costaba caminar, mi papá iba y venía en su bicicleta llevando y trayendo mensajes entre mis compañeras y yo, principalmente a casa de Cristina.
Recuerdo cuando tuvimos que hacer la disección del sapo… ¡Un horror! Pero los padres se pusieron a colaborar. El papá de Cris consiguió los sapos, el mio trajo a un vecino que entendía del tema y en mi terraza, una tarde soleada, hicimos los trabajos.
En la época de los cuatrimestrales de 4° y 5° año ¡cuánto tuvimos que estudiar! Una vez nos reunimos en casa a estudiar y al final Cristina se quedó a dormir conmigo y lo hicimos en la cama de mis padres. Nos traían desayuno y comida y seguíamos estudiando. Nunca tuve en cuenta donde durmieron ellos, tirados por la casa pero nosotras cómodas en su cuarto.
Anécdotas y anécdotas que poco a poco van surgiendo en mi memoria.
Cuando terminé 5° año mi casa fue una fiesta, cosa que a mi me daba vergüenza. Yo sabía que no era tan importante, pero ellos no lo entendían. Fui la primera en esa familia de obreros y domésticas en terminar el Secundario.
Por todo esto y más, cuando llegó el viaje a Bariloche y ninguna quería que fueran sus propias madres a acompañarnos, yo le pedí a mi mamá que viniese con nosotras. Mis amigas, amorosas estuvieron de acuerdo. Yo tuve mis motivos, cabía la posibilidad que yo no pudiera físicamente hacer algunas excursiones y no quería ser una carga para mis compañeras, y por otro lado sentí que mi mamá merecia el Viaje de Egresada de un secundario que siempre soñó. Hoy, más de 50 años después, sé que hice bien.
TIKI
PD: Mucho después entendí a mis padres. No pude terminar la Universidad pero toqué el cielo con las manos cuando mis hijos recibieron sus respectivos diplomas. Y por último, ese fue mi único viaje a Bariloche. Nunca pude volver. Quizás algun dia…