Viajero en Patagonia y autor de best sellers
Charles Darwin es conocido por haber postulado la teoría de la evolución de las especies a partir de un ancestro común mediante la selección natural; pero de no haber conocido Patagonia, no hubiera sido capaz de formularla. Con el paso de los años se convirtió en un gran naturalista, y muestra de ello es que no solo escribió El origen de las especies, sino que también publicó varios libros en los que abordaba muchos temas de la naturaleza. Uno de ellos se vendió como pan caliente.
Miedo a la sangre, amor por la naturaleza
Darwin nació en el seno de una familia acomodada en la ciudad de Shrewsbury, Inglaterra, el 12 de febrero de 1809. Fue el quinto de seis hijos; a pesar de que su madre murió cuando él tenía apenas ocho años, fue criado en un ambiente lleno de comodidades y deportes campestres por sus hermanas y empleados de la casa.
Su vida universitaria no tuvo un comienzo fácil. Con la intención de convertirse en médico, en 1825 ingresó a medicina en la Universidad de Edimburgo, Escocia; pero su miedo a la sangre lo hizo desertar rápidamente. Su padre, Robert Darwin, le sugirió como alternativa respetable que se dedicara al sacerdocio. Así, en octubre de 1827, fue admitido en el Christ ‘s College en Cambridge.
A pesar de que Darwin no era un buen estudiante, su interés por la naturaleza lo llevó a convertirse en un naturalista amateur. Durante su estancia en Edimburgo se dedicó al estudio de los invertebrados marinos bajo la dirección del zoólogo Robert Grant. Más adelante, comenzó a recolectar escarabajos con estudiantes de grado de Cambridge, y su amistad con el botánico John Henslow le permitió aprender más sobre las Ciencias Naturales. Además, adquirió conocimientos de geología con el profesor Sedgwick durante un viaje por el norte de Gales.
Un golpe de suerte
Cuando Darwin volvió de su excursión por Gales, recibió una carta de Henslow quien lo invitaba a participar durante dos años en la expedición del HMS (Her/His Majesty’s Ship) Beagle. Su mentor y amigo en Cambridge creía que esta era una gran oportunidad para que Darwin expandiera sus conocimientos sobre ciencias naturales, ya que Robert Fitz Roy, el capitán, más que un buen naturalista buscaba un caballero de su misma clase social que lo acompañara y con quien pudiera charlar durante el viaje.
En un comienzo, el padre de Darwin se opuso; consideraba que este viaje era riesgoso y ponía en peligro la formación sacerdotal de su hijo –este ya había financiado más de 4 años de su educación en Cambridge y Edimburgo. Además, en caso de acceder, tendría que cubrir los gastos del viaje–; pero había una esperanza: si Darwin conseguía que alguien le aconsejara aceptar la invitación de Henslow, le otorgaría el permiso y pagaría el viaje. El joven de apenas 22 años recurrió a su tío Josiah Wedgwood, a quien su padre respetaba y estimaba mucho. Josiah lo hizo cambiar de parecer en una correspondencia de dos meses.
Finalmente Darwin aceptó la invitación para unirse a la tripulación de Beagle pocas semanas antes de zarpar, de modo que solo tuvo tiempo de viajar a Londres para conocer a Fitz Roy, adquirir provisiones para el viaje y tomar un curso rápido sobre métodos de recolección.
El difícil comienzo
El HMS Beagle salió de Plymouth, Inglaterra, el 27 de diciembre de 1831 en un viaje que duraría dos años, pero terminó demorando cinco, finalizaría en octubre de 1836. El viaje estaba auspiciado por el gobierno británico y su objetivo era explorar la costa de Sudamérica, cartografiarla y hacer mapas precisos con la finalidad de proteger los intereses de la corona británica.
Además de ser el acompañante del capitán, Charles Darwin tenía que hacer observaciones científicas y recolectar especímenes animales, vegetales y fósiles. Sin embargo, tuvo que enfrentarse a dos importantes desafíos cuando el viaje recién comenzaba: primero, el tamaño de la fragata, la cual medía menos de 30 metros de largo; el baño que compartía con otros dos hombres medía apenas 3 metros y en su interior un mástil ocupaba gran parte del espacio. Y, ¿en dónde dormía? El joven naturalista ponía una hamaca a medio metro del techo de la embarcación, cerca de una claraboya. El segundo desafío al que se enfrentó fue la cinetosis, es decir mareos, vómitos y otros malestares provocados por el movimiento del barco. Para su fortuna permaneció en tierra firme dos terceras partes del tiempo que duró la expedición; cuando el Beagle desembarcaba, él bajaba a tierra a hacer observaciones y se adentraba en el continente, luego se reencontraba con la tripulación y el barco en algún puerto.
Un recorrido por Patagonia
Antes de llegar a Patagonia el Beagle recorrió otros lugares, como las Islas Canarias, Cabo Verde y Río de Janeiro. Darwin desembarcó en la desembocadura del Río Negro en agosto de 1833. En el libro El viaje del Beagle describió su llegada a este lugar y detalló el primer perfil geológico que se estudió en esta área, ahora conocida como la sección Darwin. Después visitó el Golfo de San José en donde reconoció estratos geológicos similares a los que observó en Bajada de Santa Fe, actual ciudad de Paraná.
También, Darwin visitó otras localidades argentinas, como la Península de Valdés, Puerto Deseado, San Julián y Puerto Santa Cruz; no obstante, pasó más tiempo en Chile ya que por casi dos años, entre 1832 y 1835, tuvo la oportunidad de explorar los canales australes; Tierra del Fuego; Chiloé, donde fue testigo de la erupción del Monte Osorno. En Valdivia presenció un terremoto y cuando visitó Concepción notó que la costa se había elevado varios metros de altura; luego, en Valparaíso escaló los Andes y descubrió árboles petrificados similares a aquellos que había visto antes cerca del nivel del mar. Además visitó Santiago, Coquimbo y Copiapó.
Este recorrido fue crucial para que Darwin formulara su teoría sobre la selección natural y el origen de las especies ya que durante su viaje desarrollaría varías hipótesis, por ejemplo, que el origen de la cordillera de los Andes fue producto de la actividad volcánica y que esta separaba a varias especies que mostraban notables diferencias o similitudes entre sí.
Antes de volver a Inglaterra, Darwin estuvo en las Islas Galápagos, Sidney, las Islas Cocos, Mauricio, Cabo de Buena Esperanza y Bahía, Brasil, esta fue una última parada, no programada antes de volver a Plymouth; en su diario Darwin muestra su nostalgia por volver a su hogar y el malestar de sus mareos: “Esta forma de andar en zigzag es dolorosa. Detesto el mar y todos los barcos que navegan en él”, escribió en agosto de 1836.
De la economía a la naturaleza
Al volver a Inglaterra, Darwin ya no era un naturalista amateur, sino que gozaba del reconocimiento de la comunidad científica de su país, pues durante la expedición del Beagle algunas de sus observaciones, en conjunto con los especímenes que recolectaba, fueron conocidos por otros naturalistas; aun así se sentía abrumado con toda la información que había recolectado durante la expedición. Sus observaciones sobre las diferencias y similitudes entre la flora y fauna en Patagonia y en las Galápagos lo llevaron a preguntarse cómo es que las especies se originan. En esa época se creía en la creación divina y se consideraba que a cada animal y planta creados les correspondía un solo hábitat, pero ¿por qué había avestruces en África y ñandúes en Sudamérica si son ambientes similares? ¿No sería más fácil que en ambos continentes hubiera solo una especie de ave? Y más aún, ¿por qué las especies variaban tanto en un mismo continente? ¿No bastaba con una sola especie de ñandú en Sudamérica en vez de dos completamente diferentes que, además de todo, vivían en regiones aledañas?
Durante varios años, Darwin recopiló todas sus observaciones y las analizó tratando de responder todas aquellas preguntas que le surgieron durante sus años de expedición. Para buscarles respuestas recurrió a algunos métodos que en ese momento se consideraban poco convencionales; investigó cómo criadores, granjeros y colombófilos hacían distintas razas de plantas y animales. A través de la selección artificial que se aplica en estos organismos –por ejemplo elegir aquellas plantas con flores más grandes o coloridas– Darwin se dio cuenta de que los organismos, de una misma especie o diferente, pueden variar mucho entre sí de modo que la barrera de las especies impuesta por el creacionismo no tenía fundamento. Poco a poco Darwin se percató de que las especies no son estáticas, cambian. Durante el viaje en el Beagle, el naturalista comenzó a creer que las formas de vida que conocemos no tenían una tendencia al cambio lineal como creía Lamarck, sino que a partir de un ancestro las especies se ramificaban en otras diferentes; pero ¿cómo pasaba eso?
En esa época Darwin se encontró con la obra Ensayo sobre el principio de las poblaciones en la que Thomas Malthus interpretaba la desigualdad y la pobreza como una consecuencia del crecimiento poblacional y la escasez de recursos. A partir de esta lectura, el naturalista pudo entender que muchos individuos de una especie mueren antes de dejar descendencia, es decir, sus variaciones no son transmitidas dentro de la especie. Por otra parte, si el número de individuos no estuviera limitado, el planeta estaría lleno de muchos organismos de diferentes especies y llegaría un punto en el que los ecosistemas no podrían sostener a tantos individuos en él. Así como hay recursos que limitan el crecimiento humano, en la naturaleza el alimento, la luz, la oscuridad o la competencia, van limitando el tamaño de las poblaciones para que los ecosistemas no estén sobrecargados de individuos.
Pero Darwin aún tenía que entender algo: ¿quiénes sobreviven? Para poder responder esto se enfocó en los individuos y sus variaciones. En las especies hay caracteres fijos que las definen como tal; por ejemplo: los pinzones son aves que habitan en las Islas Galápagos y en las Islas Cocos; casi todas las especies miden en promedio 15 centímetros, se alimentan de plantas o insectos y tienen manchas blancas en el plumaje de sus alas; no obstante, los individuos de una especie pueden presentar algunas variaciones, quizás el pico más largo, más curvado o más delgado. Estas características son presentadas como novedades: si el individuo que las porta logra sobrevivir a determinadas condiciones ambientales podrá reproducirse y probablemente esa “novedad” se herede a sus descendientes; Cuando esta se propaga en la especie y favorece su supervivencia un ambiente determinado, se convierte en una característica fija después de muchas generaciones. ¡Eureka! Darwin supo que la selección natural es un proceso evolutivo de las especies: estas compartían un ancestro común y a través de la selección natural se extinguen o surgen nuevas especies. Sus evidencias fueron la selección de los criadores y los fósiles que recolectó en su viaje.
La selección natural y su otro padre
Por fin Darwin había podido unir las piezas del rompecabezas y estaba listo para compartir sus observaciones con la comunidad científica y el resto del mundo. La idea original era hacer una obra detallada con muchos ejemplos meticulosos que soportaran su teoría, tantos que la obra pudo llegar a tener ¡varios tomos! Pero al mismo tiempo, en Malasia, Alfred Russel Wallace llegaba a las mismas conclusiones que nuestro naturalista del Beagle.
Darwin y Wallace mantuvieron una cordial amistad que ha quedado reflejada en una correspondencia de casi 200 cartas. Wallace también era naturalista, pero a diferencia de Darwin, tuvo una vida más complicada: abandonó sus estudios por falta de recursos económicos y viajó a Londres para trabajar como albañil. Le gustaba la naturaleza y tenía un talento especial para recolectar especímenes; así, poco a poco fue reconocido como un buen naturalista y pudo recorrer islas asiáticas para recolectar especies aún desconocidas en Europa.
Desde 1857 ambos naturalistas mantuvieron una estrecha correspondencia relacionada con la selección natural. Cuando Darwin recibió las primeras cartas de Wallace quedó sorprendido con la capacidad analítica y las habilidades teóricas de este porque le tomó muy poco tiempo llegar a las mismas conclusiones que a él le tomaron ¡más de veinte años! Frente a esta situación, el geólogo Charles Lyell, con quien Darwin mantenía una amistad, le sugirió que no demorara en la publicación de su obra. En 1858 Darwin y Wallace publicaron la teoría de la selección natural en un manuscrito ante la Sociedad Linneana de Londres; un año más tarde se publicó la primera edición de El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida.
A pesar de que ambos habían descubierto este mecanismo evolutivo, Wallace siempre fue muy modesto y se consideró un co-autor subordinado en dicha hazaña. En una carta de abril de 1864 señalaba “Sobre la teoría de la selección natural, considero que es suya y solo suya. Usted ha trabajado por años en detalles que yo nunca había pensado. Yo solo tuve un momento de iluminación sobre el tema, mi trabajo no hubiera convencido a cualquiera ni hubiera sido notado aunque fuese una especulación ingeniosa. En tanto, su libro ha revolucionado el estudio de la Historia Natural. Mi único trabajo fue orillarlo a escribir y publicar al mismo tiempo. Por su parte, Darwin le diría en 1869 “Eres el único hombre que conozco que constantemente es injusto consigo mismo y nunca demanda justicia”.
Su best seller
El libro sobre el origen de las especies fue muy conocido, tanto que fue revisado y editado en seis ocasiones, en esta última su nombre se resumió al que todos conocemos: El origen de las especies. No obstante, las publicaciones de Darwin fueron muy variadas y no se limitaron a la evolución de los seres vivos, también escribió sobre especies actuales y fósiles de crustáceos; fertilización de orquídeas; la expresión de las emociones en hombres y animales; plantas insectívoras; las formas de las flores; la inteligencia animal, y otros temas. Pero ninguna de sus obras, incluso El origen de las especies, tuvo el alcance de su último libro publicado en octubre 1881, La formación del mantillo y las lombrices de tierra. Aunque en el siglo XIX el concepto de un best seller aún no existía, el furor que causó su libro podría considerarse como tal ya que el tiraje de 2 mil ejemplares se agotó ¡el mismo día que salieron a la venta! Para entender la magnitud de estas cifras pensemos que El origen de las especies vendió 3.250 ejemplares en su primer año, y La formación del mantillo y las lombrices de tierra, 3.500.
Sin duda el éxito de este libro dependía de la reputación de Darwin en ese momento y que este tema era de gran importancia para el público general, especialmente jardineros y granjeros, e irónicamente Darwin lo consideraba un tema nimio y curioso. El buen recibimiento del libro no solo quedó manifestado en sus altas ventas, sino también en la correspondencia que Darwin recibió de sus lectores, quienes le enviaban preguntas, experiencias e ideas…algunas de ellas fuera de serie. Si bien la segunda edición del libro se publicó un mes después, no sabemos si para la tercera edición el naturalista pudo atender algunas de las inquietudes de sus lectores ya que falleció en abril de 1882.
En un obituario, Thomas Huxley –abuelo del escritor Aldous Huxley y fiel defensor de la selección natural, al punto que fue llamado “el bulldog de Darwin”– consideraba que además del deseo de verdad y la variedad y precisión de los conocimientos de Darwin; su sencillez, su generosidad y la intensa honestidad de con la que se irradiaban sus pensamientos le permitieron imaginar, especular e investigar sobre una de las teorías más importantes del siglo XIX. Ya sea su honestidad, su inteligencia, o todas sus cualidades juntas, es innegable que gracias a Darwin la Biología se consolidó como una disciplina formal y que a partir de sus observaciones ha sido posible entender el origen y el destino de las especies.